«La diferencia entre un intelectual de [Europa] occidental y uno de [Europa] oriental es que, el primero, nunca ha recibido una patada en el c…»
Witold Gombrowicz achaca estas palabras a su compatriota, el poeta polaco Czesław Miłosz, autor de El pensamiento cautivo, obra donde este último reflexiona sobre la compleja y a veces bastarda relación entre la literatura y el totalitarismo.
Gombrowicz fue un tipo raro y al mismo tiempo fascinante. Novelista, dramaturgo, cuentista, traductor, ensayista y apátrida. Escribió la mayoría de sus obras en Argentina, donde vivió como refugiado por casi veinticinco años.
Él mismo cuenta que, una vez concluida la Segunda Guerra Mundial, el gobierno comunista polaco, en un momento de pretendido liberalismo, autorizó la reedición de algunas de sus obras publicadas en los años previos a la contienda. Para asombro de los censores del régimen, las reediciones fueron un gran éxito. De inmediato, los comunistas ordenaron que se retiraran del mercado y prohibieron que incluso se escribiera sobre el autor o su obra.
Gombrowicz es mejor conocido por su primera novela titulada Ferdydurke que, según él, estaba destinada a revelar la «gran inmadurez de la humanidad». Unos veinte años después de Ferdydurke publicó Pornografía que, según él explicara más tarde, se originó de la primera.
Gombrowicz en 1939 |
Además, a Gombrowicz se le ha llamado a veces el (Joseph) Conrad de América Latina, debido en parte a que escribió en su segunda lengua, español, con el mismo afán perfeccionista que reconocemos en las obras de Conrad en la suya, el inglés (así como en muchos otros autores en segunda lengua como Ayn Rand, Vladimir Nabokov y el mismo Borges).
En su prefacio a Pornografia, en el cual trata de responderle a un colega que le había preguntado sobre el «propósito filosófico» de su novela, Gombrowicz afirma que la misma era una exploración de la «necesidad por lo inacabado … por la imperfección … por la inferioridad … por la juventud».
El prefacio de Pornografia es realmente interesante. Allí, Gombrowicz desarrolla una filosofía personal sobre la existencia humana que afirma que el hombre no quiere «ser dios», tal como lo propone el existencialismo sartreano, sino simplemente «joven».
Sobre esta forma alternativa de existencialismo, Gombrowicz desarrolla también una teoría sobre el arte de la novela.
Para él, los hombres ocultan su verdadero yo detrás de una maraña de formas. Aprendemos estas formas de otras personas, las mismas personas con las que interactuamos todos los días durante nuestra vida. Nos adaptamos a estas formas simplemente porque necesitamos la aprobación y el reconocimiento del resto del mundo. Así, los hombres «se crean unos a otros imponiéndose formas los unos sobre los otros». La humanidad es la intrincada red que tejemos en nuestra propia existencia a partir de estas formas.
Como occidentales, sugiere Gombrowicz, todos apuntamos «al absoluto». Creemos en la perfección como el ideal supremo. La perfección es sinónimo de Dios, salvación y vida eterna. La perfección es la realización de lo imposible: eterna juventud sin impurezas, sin inmadurez. Puro sin sentido.
La obsesión de la civilización occidental por la perfección es, para él, totalmente errónea. Nuestra fijación por los valores absolutos, nuestro anhelo por la madurez absoluta y nuestra idealización del absoluto de Dios están todos equivocados simplemente porque representan el logro de la plenitud total.
¿Qué queda de la humanidad si todos estamos totalmente contentos con nuestra existencia? Somos lo que somos por nuestra insatisfacción, por nuestra incompletitud, por nuestra juventud. No es ser dios sino joven, imperfectos, incompletos … pero a nuestra propia discreción.
La novela es entonces una oportunidad para explotar ciertas posibilidades de esta dialéctica entre lo inacabado, lo incompleto, lo joven, y lo acabado, lo absoluto, lo viejo.
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Por cierto, Gombrowicz, quien como dije vivió en la Argentina por muchos años, cuenta en su Diario sobre su encuentro con Borges en 1955, durante una cena en casa de la escritora Silvina Ocampo, la mujer del también escritor, Adolfo Bioy Casares. Silvina era la hermana de Victoria, fundadora de la legendaria revista Sur. Bioy Casares era un amigo cercano y colaborador de Borges.
Gombrowicz cuenta allí lo impresionado que quedó con el conocimiento enciclopédico y el portento intelectual de Borges, a quien describe como un «argentino, pero a la manera europea».
Curiosamente, algunas malas lenguas aseguran que cuando Gombrowicz se marchó de la Argentina (circa 1963) en el barco Federico Costa, se le ocurrió gritar a todo gañote: «¡Maten a Borges!». Según esas malas lenguas, el polaco le tenía el ojo puesto al argentino precisamente porque representaba cierta façons d'être literaria; es decir, era un escritor o intelectual arquetipo, maduro, perfecto, acabado.
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Cierro comentando la cita inicial. Creo que estas palabras de Miłosz (Gombrowicz dixit) aplican no solo a los intelectuales de Europa oriental sino también a muchos en Latinoamérica. Y lo dejo hasta ahí.
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Este ensayo desarrolla algunas ideas sobre otro publicado originalmente en inglés en El amigo invisible.